[...] En
los Estados Unidos, se viola una mujer cada seis minutos. En México, una cada
nueve minutos. Dice una mujer mexicana:
–No hay diferencia entre ser violada y ser
atropellada por un camión, salvo que después los hombres te preguntan si te
gustó.
Las
estadísticas sólo registran las violaciones denunciadas, que en América Latina
son siempre muchas menos que las violaciones ocurridas. En su mayoría, las
violadas callan por miedo. Muchas niñas, violadas en sus casas, van a parar a
la calle: hacen la calle, cuerpos baratos, y algunas encuentran como los niños
de la calle, su morada en el asfalto. Dice Lélia, catorce años, criada a
la buena de Dios en las calles de Río de Janeiro:
–Todos roban. Yo robo y me roban.
Cuando
Léila trabaja, vendiendo su cuerpo, le pagan poco o le pagan pegándole. Y
cuando roba, los policías le roban lo que ella roba, y además le roban el
cuerpo.
Dice Angélica, dieciséis años,
arrojada a las calles de ciudad de México:
–Le dije a mi mama que mi hermano había
abusado de mí, y ella me corrió de la casa. Ahora vivo con un chavo, y estoy
embarazada. Él dice que me va a apoyar, si tengo niño. Si tengo niña, no dice.
“En el
mundo de hoy, nacer niña es un riesgo”, comprueba la directora de UNICEF. Y
denuncia la violencia y discriminación que se padece desde la infancia, a pesar
de las conquistas de los movimientos feministas en el mundo entero. En 1995, en
Pekín, la conferencia internacional sobre los derechos de las mujeres reveló
que ellas ganan, en el mundo actual, una tercera parte de lo que ganan los
hombres, por igual trabajo realizado. De cada diez pobres siete son mujeres;
apenas una de cada cien mujeres es propietaria de algo. Vuela torcida la
humanidad, pájaro de una ala sola. En los parlamentos hay, en promedio, una
mujer por cada diez legisladores; y en algunos parlamentos no hay ninguna. Se
reconoce cierta utilidad de la mujer en la casa, en la fábrica o en la oficina,
y hasta se admite que puede ser imprescindible en la cama o la cocina, pero el
espacio público está virtualmente monopolizado por los machos, nacidos para las
lides del poder y la guerra. Carol Bellamy, que encabeza la agencia UNICEF de
las naciones unidas, es un caso frecuente. Las naciones Unidas predican el
derecho a la igualdad, pero no lo practican: al nivel alto, donde se toman
decisiones, los hombres ocupan ocho de cada diez cargos en el máximo organismo
internacional.
*Fragmento
Patas arriba:
La escuela del mundo al revés
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